El escritor aborda con ‘Poeta chileno’ una reescritura y un diálogo con mitos de la literatura, en una novela donde el humor ampara la profundidad y donde los lazos afectivos son el centro
Las tres primeras respuestas fueron silencios. No quiso servir el juego Alejandro Zambra (Santiago de Chile, 1975). Quizá porque en su mirada siempre hay humor pero también seriedad, y era demasiado intentarlo con las mismas dudas que tanto acecharon a Roberto Bolaño: cómo es el poeta chileno, cuál es su relación con la poesía y por qué esa querencia por personajes (en teoría) fracasados. Desfachatez de periodista. En definitiva, para eso ha escrito Zambra las 421 páginas de Poeta chileno (Anagrama). Y hubo una cuarta pregunta al aire: ¿es posible escribir prosa después de Bolaño? ¿Marcar otro después?
Zambra, sin grandilocuencia furiosa y con una literatura que es crítica y autocrítica, podría haberlo logrado. Con la coartada de la poesía y personajes que son un poema, acaba escarbando en los grandes relatos de lo masculino, la paternidad y los lazos afectivos. En su habitual mezcla de ficción y vivencia generacional, un nuevo repertorio de detectives salvajes (como el mítico título de Bolaño) deambula por un Santiago doméstico, rondando ellos y Zambra la antipoesía llevada a la prosa, y con dos protagonistas (Gonzalo y Vicente), antihéroes, que reinventan los vínculos de padrastro e hijastro entre tiernas anécdotas, fracasos y épica cotidiana.
En su novela hay poetas reales y ficticios que poco tienen que ver “con machos heterosexuales peleándose el micrófono como únicos protagonistas”. ¿Pretende reivindicar otro canon literario?
La idea misma de canon, a lo Harold Bloom, no me parece atractiva ni realista para describir ninguna literatura actual y seguramente nunca lo fue. La poesía chilena se prestó a eso y muchos nos criamos discutiendo si Neruda o de Rokha eran los más comprometidos o si Neruda o Huidobro eran los más vanguardistas o si Parra o Gonzalo Rojas o Lihn… Eran discusiones de nerds que parecían serias pero luego descubrimos que se parecían a las de los fanáticos de Batman y Superman. Y de la desilusión del canon pasas a proponer otro, y luego ya te aburres y buscas más aperturas que clausuras.
Aborda esa dicotomía entre el deber de la poesía chilena de ser política (“contra el capitalismo, el clasismo, el centralismo y el machismo”) o ser cotidiana. ¿La eterna pugna?
Son discusiones que sirven para combatir los silencios incómodos transformándolos en ruidos incómodos, pero los escritores que actúan para saciar expectativas externas están jodidos, da lo mismo si sus libros se leen o no, están jodidos y en el fondo lo saben. Al final escribes acerca de lo que quieres entender y ya está.
En el libro ironiza sobre el rito de visitar a Nicanor Parra, ese “oráculo”. ¿Quiere bajarle también a él del Olimpo?
Sería medio anacrónico. La antipoesía fue declarada poesía tradicional hace décadas. Mi impresión es que en España se lo ha leído poco, pero cuando yo tenía 12 años Parra era lectura obligatoria en el colegio, así que nuestra tradición ya incluía ese componente antilírico o antiliterario. Cada cual resolvía el dilema de Parra a su manera, porque la antipoesía es liberadora pero también podía ser asfixiante. Y luego viene el momento decisivo: cuando te atreves a salirte de los circuitos y te empieza a dar lo mismo lo que piensen los demás.
¿Usted conoció a Parra?
Trabajé con él un par de años, lo visité muchas veces, escuché sus consejos, contesté sus amables y minuciosos interrogatorios, fui su copiloto cuando él todavía, a los 90 y tantos, manejaba su escarabajo (estuvimos a punto de chocar), y escribí tal vez demasiado sobre sus libros, pero no me atrevería a decir que lo conocí.
¿A Bolaño también habría que matarlo simbólicamente?
No, ¿por qué? Habría que seguir leyéndolo. Es preferible que los periodistas te pregunten por Bolaño a que te pregunten por Neruda. A mí también me preguntan por Alejandro Jodorowsky. Una vez alguien me definió como “un chileno que se llama Alejandro pero no se apellida Jodorowsky”. Me gustó. Cuando me preguntan si conocí a Bolaño y respondo que no, hay periodistas que se decepcionan muchísimo.
Bolaño noveló sobre poetas y escritores e idealizó a Parra. Usted aquí es “un novelista chileno escribiendo novelas sobre poetas chilenos” y su tesis doctoral fue sobre Parra. ¿Está usted enfermo de literatura?
No estoy enfermo de literatura, al contrario, me interesa habitar ese margen en que lo literario es puesto en duda. Esta novela sobre poetas es lo menos literario que he escrito. A Bolaño me unen la nacionalidad y la admiración por Parra y a Parra me unen la nacionalidad y la admiración por Bolaño.
¿Tiene sentido hablar de literatura en tiempos de pandemia?
Por supuesto. Escribir es un hábito, no un propósito. Entiendo que los escritores sintamos que es tiempo de observar y no de decir, pero si no escribo no entiendo nada y cuando escribo tampoco entiendo tanto pero entiendo bastante más.
¿Cómo está viviendo esta crisis?
Con angustia, ansiedad e impotencia, todo junto. Pienso mucho en mi país, porque allá ha sido brutal pasar del estallido y la esperanzadora ocupación masiva de las calles a lidiar con las mismas autoridades que fueron responsables de crímenes y en las que ya nadie confía.
‘Poeta chileno’ es también una memoria cotidiana de la generación que creció en democracia. ¿Pesa aún Pinochet?
Hay demasiadas dolorosas demostraciones de que aún hoy es imposible hablar de Chile sin mencionar la palabra dictadura.
¿Cuánto hay de memoria y de ficción en su novela? Aparecen Sergio Parra y Zurita; Gonzalo es profesor universitario como usted, el adiós a Chile…
Como siempre, 32% de realidad y el resto es pura irresponsable y disparatada ficción. Me costó llegar a esa fórmula, pero lo conseguí. Y me fui de Chile por motivos sentimentales. Me enamoré de una mexicana y decidimos vivir aquí.
Vicente, uno de sus protagonistas, decide no ingresar en la universidad hasta que sea pública. ¿Es el reproche generacional de los jóvenes a sus mayores?
Las nuevas generaciones han venido cambiando la escala de lo posible, el estallido lo demuestra con creces. Hay hijos enrostrando a sus padres lo que no hicieron y también hay hijos que vieron a sus padres y abuelos infelices y decidieron defenderlos, y eso es hermoso. En noviembre, la última vez que estuve en Chile, vi repetida una pancarta: esto es por ti, mamá o abuela o papá. Es mucha la gente que se cansó de fingir ante sus hijos la comedia de la felicidad y la prosperidad. Resumirlo todo en términos generacionales es simplificar, porque se invisibiliza la lucha social.
¿Qué aventura en Chile?
Mi impresión es que el Chile actual ha reconquistado lo colectivo, el deseo de disentir… Por eso el encierro obligatorio suena doblemente cruel, la enorme desigualdad social que originó el estallido con esta pandemia no hará sino aumentar. La constitución que rige a Chile la impuso Pinochet, y el comienzo del comienzo es por fin tirarla a la basura. Ponerse de acuerdo no va a ser fácil, pero veo mucha gente comprometida a apostarlo todo.
¿Qué cree que le reprochará su hijo dentro de unos años?
Haberle hecho creer que el televisor era un adorno y que las cocacolas que a veces me tomo eran medicinas para la miopía. Y negarle la adopción de un perrito. Y haberle dosificado los chapulines adobados. Y si nos sale ecologista, como es altamente probable, supongo que nos reprochará todo, y con razón.
¿Existe un nuevo cliché paterno que habla de sí exhibiendo a sus hijos en las redes?
Si es que esa moda existe, la prefiero a la moda previa de no pagar la pensión alimenticia y a la inveterada moda de abandonar a los hijos. Más bien pienso que hacen falta reflexiones públicas sobre la paternidad. No faltan hombres en prensa y literatura hablando de paternidad, pero lo que dicen es demasiado obvio.
Tanto en la relación entre Gonzalo y Vicente como en su búsqueda de referentes literarios subyace la importancia de la pertenencia.
Siempre escribimos sobre el deseo de pertenecer o sobre la resistencia a pertenecer. Los libros no sirven de nada si se quedan en la pura afirmación. Creo que hay que salirse del monólogo, lo que no significa evitar la primera persona sino proyectar la primera persona hasta encontrar en la voz propia las voces de los demás, hasta que el yo suene como un nosotros tal vez desafinado pero que sea un nosotros.