Guadalupe Correa-Cabrera
Con el Tren Maya, AMLO se ostenta como un nacionalista pragmático y visionario que rechaza la imposición de conceptos coloniales que glorifican las autonomías del atraso. Foto: Elizabeth Ruiz, Cuartoscuro.
Por Guadalupe Correa-Cabrera y Alfonso Correa-Coss*
En la era de la pandemia del coronavirus, los principales adversarios del Gobierno de la 4T y una parte importante de la sociedad civil han criticado feroz y abiertamente la decisión del Presidente Andrés Manuel López Obrador de continuar con la construcción de sus megaobras, en particular, el aeropuerto en Santa Lucía, la refinería Dos Bocas y el Tren Maya. De estos grandes proyectos de inversión e infraestructura, quizás el más controversial—y el que despierta más suspicacias entre la opinión pública por el tema de los costos económicos y beneficios sociales—es el último. Ciertamente, en tiempos de pandemia, según algunos críticos y enemigos de la 4T, parece que la construcción de un tren que conecta toda la península de Yucatán con los estados de Chiapas y Tabasco, no debería ser la prioridad del Presidente de México.
Conocemos bastante bien la zona que recorrerá el Tren Maya y uno de nosotros trabaja aquí y ha frecuentado la región por al menos cincuenta años. Considerando las diversas críticas, por un lado, y las justificaciones de ejecución del proyecto proporcionadas por el gobierno de México, por el otro, nos gustaría hacer algunas reflexiones preliminares. Dichas observaciones no reflejan una postura absoluta sobre la obra en su conjunto, ni una posición determinante a favor o en contra. Sin embargo, quisiéramos contribuir de forma constructiva—y sin agendas políticas, económicas o ideológicas—a un debate que es muy importante para el país por el monto de los recursos que se erogarán. La construcción del Tren Maya tiene sus pros y sus contras, pero existen interpretaciones erróneas o parciales que valdría la pena debatir con mayor profundidad.
El Tren Maya se anuncia como un tren de transporte masivo, transporte turístico y transporte de mercancías. Considerando las condiciones geográficas, la ecología, las vías de comunicación y los costos asociados al transporte de bienes y personas, esta importante obra facilitará esencialmente el transporte turístico. Se anticipa que el transporte masivo y de mercancías será reducido. En otras palabras, estamos hablando de un tren turístico en esencia. No por nada quien está a cargo de esta obra es el Fondo Nacional de Fomento al Turismo (Fonatur). Haciendo un análisis costo-beneficio del proyecto, la parte turística del tren parecería ser la más viable.
Cómo proyecto de desarrollo turístico para conectar dos estados muy visitados del sur de México con la península de Yucatán—y principalmente la zona de Cancún y la Riviera Maya—la construcción del Tren Maya no parece una mala idea. Claro, todo depende de la ejecución transparente, responsable y eficiente de los contratos asignados. También es crucial eliminar las prácticas corruptas y conflictos de interés que han caracterizado históricamente a este tipo de megaobras construidas en México. Si ello no se evita de forma decidida, este importante proyecto de desarrollo e infraestructura no daría los resultados que se han planteado. La amarga experiencia en la historia de México con este tipo de obras nos hace prender todas las alarmas. Existen también preocupaciones sobre daño ambiental y despojo a comunidades indígenas que han expresado ya los críticos del Tren Maya.
No obstante las acaloradas críticas provenientes de la izquierda y la derecha del espectro ideológico, es posible argumentar que si se cuidan todos los detalles, en particular, la ejecución transparente y responsable de los contratos, y si se eliminan los incentivos a la corrupción y los conflictos de interés, la construcción y operación del Tren Maya podría resultar en cierto beneficio para el país—pero claro, bajo el modelo capitalista que domina en nuestro país y en el mundo en general. Este proyecto será, sobretodo, una fuente importante de divisas, y favorecerá en su gran mayoría a las grandes empresas constructoras y de la industria turística en algunas regiones de Chiapas, Tabasco y la península de Yucatán. También beneficiará a los turistas extranjeros y algunos turistas nacionales ricos que deseen disfrutar de la selva y los paisajes en un viaje que se antoja inolvidable, pues los llevaría a algunas de las regiones más hermosas y arqueológicamente interesantes de México. Verían jaguares, cocodrilos, monos, guacamayas, guajolotes salvajes y uno que otro tucán. Si todo sale bien y la obra resulta ser todo un éxito—como lo planea y lo anuncia el gobierno de Andrés Manuel—también se beneficiarán los habitantes de las ciudades y las regiones por las que cruzará el Tren. Veamos por qué.
Está de más explicar por qué las grandes compañías constructoras y de la industria turística nacionales y transnacionales son las que se beneficiarán mayormente con la construcción del tren de AMLO. En la lógica capitalista o de modelo económico neoliberal, esto sucederá de cualquier forma. El mayor problema de estas dinámicas radica en la posibilidad de despojo—por parte de estas empresas—de las propiedades y tierra de los habitantes pobres y comunidades indígenas en la ruta y destinos del Tren. Ello preocupa a activistas y defensores de derechos humanos y de propiedad de la tierra. Cualquier obra de infraestructura y desarrollo en un esquema capitalista resulta en abusos por parte de los que más tienen en contra de los que menos pueden defenderse. Reconocemos esto y de ninguna manera justificamos el despojo. En estos casos, el Estado debe encargarse de hacer justicia y evitar los saqueos a las comunidades por parte de las grandes empresas nacionales y transnacionales. Están también las opciones de la resistencia y la autodefensa.
El Tren Maya es un tren turístico en esencia. No entendemos por qué el gobierno se empeña en asignarle otras funciones que difícilmente podría tener. Desde el punto de vista turístico, este proyecto proporcionará a “la gente”, en su mayoría a turistas con recursos (nacionales y extranjeros), la posibilidad de ver la selva que es algo muy difícil de apreciar en el mundo. Somos asiduos viajeros y hemos recorrido la selva sólo un par de veces. Tuvimos la oportunidad de visitar la selva del Amazonas (desde Iquitos, Perú hasta Manaos, Brasil), así como la idílica selva de Tarzán y Chita (Cheeta, Cheetah, Cheta) y los extensos acahuales en Nigeria, que una vez fueron selva, orgullo africano. Estas experiencias están difícilmente al alcance de muchos ciudadanos.
La oportunidad que el Tren Maya le brindará a los turistas extranjeros y algunos mexicanos para ver la selva baja, mediana y alta perennifolia en toda la ruta será única. Y todo esto gracias al capitalismo salvaje y a la firme decisión de nuestro presidente. Lo que también resulta cierto es que en esa selva no existen suelos suficientes para el cultivo tradicional o moderno. Entonces no se estaría desplazando a micro y pequeños agricultores de sus tierras.
Lo que preocupa también sobremanera es el impacto ambiental de la construcción y operación del megaproyecto. Grupos ambientalistas han criticado severamente al Tren Maya argumentando, no sin razón, que la obra afectará a la flora y la fauna que coexisten en la región, así como a la movilidad de especies animales nativas que suelen transitar por donde pasarán las nuevas vías del tren. Los defensores del proyecto argumentan que el impacto, si se toman las medidas adecuadas (y ya plantean algunas), sería menor. Asimismo, señalan que una parte de ese proyecto se apoya en vías ferroviarias que ya se construyeron y otra en carreteras que ya existen. No es un proyecto que llega a tierra virgen en su totalidad. El impacto no sería entonces como lo anticipan los más férreos detractores de la 4T. Además, es un hecho que proyectos de este tipo han promovido de manera importante el crecimiento y el desarrollo en muchísimos países del mundo. Los impactos ambientales se podrían reducir mediante regulaciones efectivas y evitando a toda costa prácticas corruptas que además de alimentar la desigualdad, resultan en grandes afectaciones al medio ambiente.
Para los críticos, el Tren Maya es un proyecto inviable. Entre ellos se encuentran los conocidos rivales de la 4T como Gabriel Cuadri o el IMCO (Instituto Mexicano para la Competitividad A.C.) y algunos activistas extranjeros o comunicadores amantes de lo políticamente correcto—y que se presentan como defensores de la Madre Tierra y las comunidades indígenas. El problema, y esta ya es una cuestión de ideología, radica en una interpretación de los derechos indígenas y las autonomías. Para algunos es importante vincular a las comunidades pobres y grupos indígenas a esquemas de desarrollo y creación de infraestructura. O que se quiere, ¿mantener a estos grupos en reservaciones, como esas que existen en Canadá y los Estados Unidos? Para otros, el avance de proyectos como el Tren Maya, son una aberración neoliberal que despojaría a las comunidades indígenas de sus tierras y sus recursos naturales. Ellos apoyan la autonomía de las comunidades indígenas o su libre determinación. Esta es una visión que se hizo patente en Chiapas durante el movimiento Zapatista y recibió un gran apoyo por parte de la llamada izquierda internacional. Los resultados de esta concepción se materializaron de alguna forma en los “caracoles zapatistas”. Valdría la pena visitar estas comunidades y apreciar las condiciones de vida de sus pobladores.
Las dos visiones sobre el Tren Maya están encontradas, pero la decisión ya está tomada. Andrés Manuel se encuentra determinado a no dar marcha atrás en este proyecto de corte neoliberal, ni a la integración de los pobres, las comunidades indígenas—y quizás los migrantes centroamericanos—al desarrollo de la región. Al tomar esta decisión, el Presidente se adhiere perfectamente a los valores del neoliberalismo y pareciera apoyar la idea de que los orígenes del atraso derivan de divisiones, fragmentación política y luchas intestinas por consolidar autonomías mal entendidas. Pero hay quienes desprecian esta visión: los anarquistas (que son por definición “anti-sistema” y, por lo tanto, anti-capitalistas) y los reaccionarios que perdieron sus privilegios al entrar el gobierno de la Cuarta Transformación.
Con el Tren Maya y su paquete de megaproyectos en el sur del país, López Obrador se ostenta como un nacionalista pragmático y visionario que rechaza la imposición de conceptos coloniales provenientes de extranjeros que glorifican las autonomías del atraso. Pero más le vale al Presidente cuidar todos y cada uno de los detalles. Sería trágico que el Tren Maya, un proyecto neoliberal en todas sus formas, se construya bajo la lógica del capitalismo de cuates. Si llegan a dominar la corrupción, la ineptitud y los intereses de los cuates del presidente en el sureste de México no se augura nada bueno. Recorrería la selva, de Palenque a la Rivera Maya—entre monos, guacamayas y pueblos divididos—un enorme elefante de color blanco.
MSN MÉXICO.