María Rivera
Nuestra situación cambió radicalmente, y nuestras necesidades también.
México, o mejor dicho, la sociedad mexicana se enfrenta a nuevos y profundos desafíos por la pandemia de coronavirus. Lidiar con los nuevos tiempos y sus implicaciones comporta dificultades profundas porque desafía nociones culturales profundamente arraigadas, implica el cambio en conductas esenciales y muy básicas que conformaban nuestra manera de relacionarnos y habitar nuestro mundo durante toda nuestra vida. Los cambios afectan prácticamente todo y a todos, tanto individuos como instituciones y autoridades. Todo ha sido afectado por la epidemia, desde las maneras en que nos relacionamos con nuestras familias, nuestros amigos, en celebraciones o duelos, hasta como trabajamos, o estudiamos. No parece sencillo adaptarse, y en tanto las personas se nieguen a aceptarlo o tengan resistencias, más riesgoso se vislumbra el futuro.
El tamaño del cambio es tal que de no asumirlo con creatividad comporta grandes riesgos, conforme se planteen las reaperturas de la economía. Debido a que nuestro país ha seguido una estrategia distinta a la estrategia que hasta donde sabemos ha logrado contener o controlar el virus, los riesgos a los que estará expuesta la gente son mucho mayores. Esto es: como no se ha decidido llevar a cabo una estrategia de contención a través de pruebas masivas y seguimiento de contactos, no hay una política en cuanto a las fronteras y a sus controles, ni un método de vigilancia efectivo que aporte información oportuna y fidedigna, la “nueva normalidad” se acerca peligrosamente a la nueva mortalidad, como señaló el Secretario de Salud en un lapsus, hace unas semanas. Esto, sumado al fin de la Jornada de Sana Distancia decidido carpichosa e infortunadamente, crean todas las condiciones para que los riesgos tanto de contagio, como de una alta tasa de letalidad sigan creciendo.
En este caldo de cultivo viral, luce francamente delirante pensar siquiera en reanudar las actividades educativas, aún en los próximos meses. Aunque el Secretario de Educación anunció que se reanudarían actividades en agosto solo si el semáforo está en verde, y con medidas de protección como filtros (del todo inútiles frente a enfermos asintomáticos o presintomáticos, lo que generará inevitables focos epidémicos) habría que preguntarse si tanto las autoridades educativas como los directivos de escuelas están entendiendo la inédita y compleja situación. Tengo la impresión de que no es así, y que en la medida en que tanto las personas, los centros educativos, así como las autoridades lo entiendan mejor, podrán protegerse y sobre todo, proteger a la sociedad del virus.
Resulta evidente que la vida escolar de niños y adolescentes en la escuela, tal como era hasta hace unos meses, es del todo inviable en el nuevo contexto, de manera esencial. La proximidad física entre los niños, su estancia en salones de clases durante horas, y la naturaleza misma del contacto social entre ellos, representa todo lo contrario a la seguridad y a la sana distancia, indispensables para mantenerlos seguros. Las estrategias de las escuelas en países asiáticos para su reapertura ha sido radical: separar bancas por metros, lo que significa que los salones no podrían tener el mismo número de alumnos, poner mamparas de protección en cada una de ellas y no permitir el contacto cercano, además claro está del cubrebocas obligatorio. ¿México puede adoptar una política semejante? Parece muy improbable, la verdad, donde hay escuelas que no cuentan con agua.
Más por motivos culturales que por razones científicas parece que se optará por mantener los hábitos naturales de contacto social en las escuelas lo que, no hace falta ser un mago para saberlo, promoverán, inevitablemente, los contagios. Contagios que, por la naturaleza de la epidemia, pondrán en riesgo a niños y a sus familias y en última instancia, a toda la sociedad, con un altísimo costo. Y es que no es fácil, no será fácil asumir que las maneras de vivir y socializar en este contexto ya no son posibles. En la medida en que las personas y las instituciones adquieran la conciencia plena de que la escuela tal como era es esencialmente inviable por su propia naturaleza social y que nuestra vida ha cambiado de manera radical mejor preparados estaremos para enfrentar los tiempos que se avecinan, mientras no haya una vacuna disponible o un tratamiento médico. Debido a que el virus se contagia por contacto directo, indirecto o por aerosoles, de personas presintomáticas o asintomáticas, en un periodo muy largo, de hasta 14 días, nuestro reto es inmenso. Ante esta realidad, hará falta creatividad para adaptarnos, no a una forma alterada y precaria de nuestra vieja normalidad, sino a la creación de una nueva manera de relacionarnos y vivir, con métodos de enseñanza y de socialización que prioricen la salud y seguridad de todos: no hacerlo puede tener resultados catastróficos. La escuela en línea, o hasta el homeschool o escuela en casa, deberían estarse contemplando como opciones factibles (y aprobadas por la SEP) para el nuevo ciclo escolar, no exclusivamente como medidas emergentes, sobre todo si no se contempla como parte del protocolo educativo la aplicación de pruebas de detección y seguimiento de contactos. Los rebrotes en países que van más adelante que nosotros, que aún no salimos de la curva ascendente de contagios y estamos en semáforo rojo, son una advertencia de que debemos prepararnos para el riesgo de nuevos cierres de la economía y las escuelas, asimismo para nuevas olas de contagios en temporadas muy complicadas, cuando la influenza llegue con el invierno. Más daño hará abrir y suspender actividades de manera rutinaria o crónica en vez de pensar en métodos de educación seguros a largo plazo. Otro problema, y muy serio, es qué harán los alumnos que pertenezcan a grupos de alto riesgo o que tengan en su entorno familiar más inmediato, personas vulnerables, ya sean personas mayores o padres con enfermedades crónicas, en un país con una alta prevalencia de obesidad y diabetes, ¿se les obligará a exponerse?, ¿habrá alguna opción de protección para la población vulnerable más allá de la fantasiosa idea de que al coronavirus se le puede combatir con filtros sanitarios, hojas firmadas por padres, y gel antibacterial en salones, cuando se contagia por el mero hecho de respirar en espacios cerrados donde haya un solo infectado respirando, hablando, ya no se diga cantando o gritando durante horas?
Nuestra situación cambió radicalmente, y nuestras necesidades también. Naturalmente, a todos nos gustaría que nuestra vida pudiera volver a ser la misma, o se pudiera parecer lo más posible. Lo cierto es que esto no parece que vaya a suceder en los próximos meses y es mejor asumir nuestra nueva realidad, adaptarse y crear nuevos caminos, seguros y razonables, que no pongan en riesgo a nuestros hijos ni a nosotros mismos.
MSN MÉXICO.