En manos de los niños, los celulares pueden convertirse en agujeros negros por donde se escapa la energía, alerta el autor Jordi Sierra.
Un teléfono inteligente es también un agujero negro por el que se escapa la energía de niños y jóvenes, un agujero infinito, porque siempre hay algo más que revisar o un video más por ver en redes sociales o en cualquier plataforma”, afirma el escritor Jordi Sierra i Fabra (Barcelona, 1947), autor de Querido hijo: te vas con los abuelos, su más reciente libro, ilustrado por Javier Olivares, que cuenta la travesía de un chico que se muda por un mes con sus abuelos a un pueblo lejano y sin internet, lo cual podría resultar impensable mientras persiste la pandemia por el COVID-19.
Pienso que todo en la vida tiene dos caras: una moneda, el yin y el yang, el bien y el mal. Evidentemente todo lo bueno tiene un lado oscuro y aunque un celular es fantástico, tiene esa parte negativa, y si ésta se impone a la positiva… esos dispositivos se convierten en herramientas que maneja el diablo”, comenta en entrevista el autor galardonado con el Premio Cervantes Chico por el conjunto de su obra y autor de 500 libros para niños y adultos.
Si tú le das un celular a un niño de 10 años, le estás dando un agujero negro por el que se le va a escapar la energía. Pasa igual con los chicos de 14 o 15 años. Y si no se educa sobre cómo manejarlos, esa herramienta se convierte en ese agujero infinito. Por desgracia, en mucha gente se impone el lado oscuro. Así que cuando esos padres le dan un celular tan pronto a sus hijos… propician que pierdan mucho por ahí”, asevera el también autor de El club de los raros, El asesinato de la profesora de lengua y La fábrica de Nubes, considerado el Rey del diálogo.
Sierra i Fabra recuerda que cuando iba a la escuela enfrentaba el maltrato escolar. Entonces no faltaba el chico problemático que lo amenazaba en clase, pero tenía una ventaja: la seguridad de que al llegar a casa podía sentirse seguro. Sin embargo, hoy los teléfonos inteligentes han ampliado las redes del acoso y del maltrato escolar. “Hoy también se le da celular a los típicos matones, chicos o chicas duros, que lo usan como arma para agredir. Así que, claro, es un problema no educar bien en cómo usar esto”.
La salida, dice, es que los dispositivos estén acompañados de educación. “Estoy de acuerdo (en que los niños necesitan acceso), pero siempre con educación, es decir, hay que educar en el uso de estas herramientas. Así como no puedes darle una pistola a una persona que nunca ha tenido un arma en las manos y que no sabe usarla, un teléfono inteligente, en el fondo, es un arma de destrucción masiva que puede ser utilizado para el aprendizaje. Así que podemos apostar al equilibrio y eso viene de la educación y la cultura básica”.
¿Usted le daría un dispositivo a un chico de cinco años? “Bueno, les dan una tableta o un celular con juegos. He ido a restaurantes y los niños no hablan con sus padres, sino que están jugando con tabletas y celulares. No hay diálogo. Y eso sí es un poco duro, porque si vas a comer con tus hijos, tendrías que hablar con ellos. Eso sí, tú también deja el celular apagado en el bolsillo, porque si lo tienes encima de la mesa y estás pendiente, tu hijo tomará nota y así el ejemplo que damos tampoco es muy digno”.
¿Ha cambiado demasiado el panorama? “Cuando yo era niño, no había televisión. Éramos pobres. A la hora de comer o cenar hablábamos y comentábamos cosas. Mi padre hablaba de las noticias del periódico y discutíamos algunas cosas. Pero al llegar la televisión, el diálogo fue sustituido por el televisor, aunque a veces mi padre hacía algunos comentarios. Hoy cada quien cena en su habitación… y entonces se habla menos”.
¿Seguimos perdiendo el diálogo? “Llevamos años con esto. Recuerdo el cambio que hubo en casa cuando llegó la televisión. Tenía 17 años. Después llegó el video y cada quien podía verlo cuando quisiera. Creo que se tendría que recuperar esa discusión familiar, porque hoy muchos padres me dicen que han logrado entender a sus hijos por mis libros, porque para ellos su hijo es un desconocido al que no entienden y no saben cómo piensa.
Pero si un padre o una madre tiene que leer un libro para entender a su hijo… es porque previamente no ha habido una comunicación. Y aunque sabemos que los hijos no hablan mucho con los padres, porque guardan secretos y tienen su mundo que intentan proteger, los padres tendrían que ser más listos e intentar hablar de lo que sea”, advierte.