El asunto es fundamental. Los doctores tendrán que decidir a quién asignar los escasos respiradores y, por tanto, salvar sus vidas.
Por: Leo Zuckermann
Mucho se ha escuchado la noticia de que, en Italia, frente a la escasez de respiradores artificiales durante la epidemia de COVID-19, decidieron darles prioridad a los jóvenes frente a los viejos para utilizar estas máquinas y salvar, así, sus vidas. Y en México, ¿cuál será el criterio cuando haya que tomar una decisión de a quién ponerle un ventilador y a quién no?
Tengo en mis manos el último borrador del 15 de abril del Proyecto Guía de Triaje para la Asignación de Recursos de Medicina Crítica, elaborado por el Consejo de Salubridad General, la institución encargada de tomar las decisiones durante la pandemia y que preside el secretario de Salud. Hay toda una sección titulada Bioética y la Respuesta al COVID-19 que versa sobre este tema.
El asunto es fundamental. Los doctores tendrán que decidir a quién asignar los escasos respiradores y, por tanto, salvar sus vidas. No se puede dejar dicha decisión al criterio que cada uno establezca. Debe haber una guía por parte de las autoridades sanitarias. Es lo que está a punto de publicar nuestro gobierno.
El documento parte de la premisa, correcta, de que no estamos en tiempos normales donde se aplican criterios como que el primero que llega al hospital es el primero que recibe atención o que el primero que se atiende es el que más lo necesita.
En estos tiempos de pandemia, los objetivos de la salud pública son “tratar el mayor número de pacientes y salvar la mayor cantidad de vidas”. Para lograr esta segunda meta se requiere calcular “la posibilidad de que un paciente mejore y sobreviva” y “el tiempo que dicho paciente utilizará los recursos escasos que se pueden reutilizar”.
Para entender estos principios, se provee un ejemplo: “si dos pacientes requieren de ventilación mecánica y uno de ellos, dada una comorbilidad [hipertensión, diabetes, etcétera], se tardaría el doble de tiempo en recuperarse (dos semanas en lugar de una semana) entonces el ventilador se le debe de asignar a aquel que no tiene la comorbilidad y se tardaría la mitad del tiempo en recuperase”. De esta forma, el recurso escaso puede volverse a utilizar de manera más pronta para salvar otra vida.
¿Y qué pasa cuando dos pacientes contagiados tienen exactamente las mismas características? Lo que el documento propone es seleccionar al azar.
Hay, sin embargo, otra variable: la edad. El documento es contundente: hay que privilegiar el principio de “vidas-por-completarse”. Otra vez, se provee un ejemplo: “sólo tenemos un ventilador y hay dos pacientes: un paciente A de 80 años y un paciente B de 20 años. Supongamos que si el paciente A recibe el ventilador ella vivirá 7 años más y si el paciente B recibe el ventilador ella vivirá 65 años más”. El respirador debe utilizarse en el más joven porque tiene una mayor cantidad de años por vivir. En otras palabras: lo que ocurrió en Italia.
“Entre las vidas-por-completarse hay que elegir aquellas que están en etapas más tempranas. Ahora, en lugar de realizar distinciones de edad de veta fina (por meses o días, por ejemplo), lo que se propone son las siguientes categorías clasificatorias: 0-12, 12- 40, 41-60, 61-75, y +75”.
¿Es justo este criterio?
A simple vista, sí. Que se privilegie la vida de los jóvenes sobre los viejos que ya vivieron. Pero es un criterio simplista que no toma en cuenta otros factores.
Doy un ejemplo. Al hospital llegan dos pacientes con COVID-19. Uno es un preso de 55 años que se contagió en la cárcel mientras servía una pena de 50 años por el homicidio y violación de una niña. Otro es un profesor universitario emérito de 62 años, reconocido a nivel internacional por haber hecho un gran descubrimiento. De acuerdo a los lineamientos propuestos por el documento, el presidiario tendría prioridad sobre el académico. Aquí la justicia empieza a flaquear.