Jorge G. Castañeda es colaborador de CNN. Fue ministro de Relaciones Exteriores de México.
Desde hace semanas, las cifras de víctimas -contagios, decesos, pacientes asintomáticos- de la pandemia en México han sido motivo de controversia.
No es privativo de ese país la discusión y el escepticismo de la opinión pública y de los expertos. En Estados Unidos ha proliferado los debates sobre modelos, datos y previsiones. En China muchos descreyeron de las cifras de fallecimientos en Wuhan, y en algunos países de Europa no se contabilizaron las muertes en asilos de ancianos durante varias semanas. Hay rezagos, dificultades materiales en el reporte de datos, deseos de disimulo -normales para cualquier gobierno- y errores humanos.
Lo nuevo en México es que la crítica a las cifras esgrimidas por el régimen de Andrés Manuel López Obrador hoy proviene de algunos medios de comunicación internacionales. Hasta ahora, solo analistas o expertos mexicanos habían manifestado sus dudas sobre los números –los comentarios del exsecretario de Salud de México Julio Frenk Mora (1), mis columnas en CNNE y la revista Nexos, por ejemplo-, pero la prensa mexicana se había centrado en microcasos: un hospital aquí, una funeraria allá, un cementerio acullá. Pero la semana pasada, de manera simultánea -aunque no coordinada- los diarios (2) El País de España, The Wall Street Journal y The New York Times publicaron reportajes detallados y extensos sobre las inconsistencias de las estadísticas oficiales en México. Huelga decir que esto provocó una tormenta en el país.
El funcionario encargado del grupo que lidera la lucha contra el covid-19 en México, el subsecretario de Prevención y Pomoción de la Salud de la secretaría de Salud, Hugo-López Gattell, aseguró que le “llama la atención… que aparecieran de manera sincrónica estas cuatro notas (él incluye una de The Washington Post (3) que en realidad no es equivalente), seguidas por una amplia difusión en redes sociales por individuos ligados a administraciones anteriores, a la industria farmacéutica y a unos cuantos con aspiraciones políticas”. La conjura, pues. El propio López Obrador calificó (4) al Times de “famoso, pero con poca ética… tendencioso”. No obstante, varios funcionarios han reconocido en público que existe una confusión con las cifras que México deberá resolver, mejor temprano que tarde.
Esta situación, sumada a las imprecisiones señaladas por los medios mencionados se centra en dos variables: los contagios y los decesos. A propósito de estos últimos, la cifra mexicana oficial sigue siendo sorprendentemente baja (5) (3.465 hasta el domingo 10 de mayo), y estable (112 muertes ese día). El corresponsal del New York Times reportó que en la Ciudad de México, donde se produce alrededor de una cuarta parte de los fallecimientos del país, sus fuentes le aseguraron que el número real era más de tres veces superior. Uno de los autores del artículo del Wall Street Journal revisó más de cien certificados de defunción en un centro de la capital mexicana y hallaron que más de la mitad de los decesos no atribuidos al coronavirus llevaba una anotación a mano que decía: “probable covid-19”.
Esto viene a sumarse a cifras comparativas que muestran cómo la mortalidad en México, medida por habitante y no por contagios, de acuerdo con el Gobierno, es muy baja: 27 por cada 100.000 personas, parecida a la de muchos otros países de América Latina (6), pero muy inferior a Estados Unidos (24,66). Chile (1,72), Colombia (0,96) y Argentina (0,71) publican cifras menores, pero las de México palidecen frente a España (57,24), Italia (50,87), Francia (39,8) e incluso Alemania (9,24). La comparación resulta difícil de creer, sobre todo a la luz de las descripciones de escenas escalofriantes en hospitales, panteones o colonias populares.
El diario español se centró más en los contagios o las infecciones. México realiza menos pruebas per cápita que otros países en el continente, según la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE). Utiliza un sistema llamado Centinela, empleado en varios países para otras enfermedades, que equivale a un muestreo -no probabilístico- de centros de levantamiento de datos de enfermedad. Aunque muchos han puesto en tela de juicio la pertinencia de este método para el covid-19, el Gobierno lo defiende y responde que habría un multiplicador del número de contagios en la muestra que podría arrojar un total confiable.
El problema, según el reportaje de El País y de muchos expertos mexicanos, es que López Obrador nunca ofreció una versión definitiva de ese multiplicador. En ocasiones sus colaboradores hablan de ocho, en otras de 20 y en algunas, de 30. Por eso el rotativo basado en Madrid dio un rango de entre 620.000 y 730.000. La cifra oficial mexicana, reconocida como inferior a la realidad por el propio Gobierno, era de poco más de 35.000 el domingo.
Los medios internacionales pusieron en evidencia lo que la opinión pública mexicana ya presentía. Los datos proporcionados por el Gobierno no son creíbles, aunque puedan o no –en mi opinión- ser criticables los reportajes de marras. Más aún, dichos reportajes comenzaron a señalar un dilema endemoniado para López Obrador. Si son tan bajos los datos de decesos y contagios en México como afirma su gobierno, no parece tan fácil de justificar un cierre masivo de la economía, que al día de hoy lleva a grupos como The Economist Intelligence Unit (7) a pronosticar una caída del PIB de 9,5% este año, el mayor de cualquier país rico o de ingreso medio. A la inversa, si la terrible crisis económica era el precio a pagar para evitar una verdadera hecatombe de salud, las cifras oficiales deberán corregirse. Rápida y masivamente. Por ahora, la desproporción entre una cosa y la otra es palmaria. En el fondo, esa fue la implicación de la cobertura de la prensa internacional.
CNN ESPAÑOL.