El nuevo espectáculo de la compañía La Tristura fue concebido antes del confinamiento, pero parece haber sido escrito después
Renacer: podría ser el signo de este nuevo tiempo. Después del encierro, la vuelta a la vida. De eso va precisamente el nuevo espectáculo de la compañía La Tristura, Renacimiento, que fue gestado antes de que estallara la pandemia pero parece que acabaran de pensarlo. Su presentación estaba prevista para el 17 de abril en los Teatros del Canal de Madrid y ahora se ha convertido en el primer gran estreno de la era posconfinamiento en la ciudad. Será casualidad, pero no podría haber mejor montaje para marcar el regreso a los escenarios: no solo por su temática sino también por el gusto que da ver abrazándose y tocándose a tanta gente sobre las tablas, nada menos que veinticinco, la mayoría bastante jóvenes y de alegría contagiosa.
Pero posiblemente su sorprendente encaje con la realidad actual no tenga que ver con el azar, pues las buenas obras hablan siempre del presente aunque se hayan escrito hace cuatro siglos. El espectáculo comienza, de hecho, con una de las frases más famosas de Shakespeare: “Mi reino por un caballo”. Es lo último que dice el rey Ricardo III antes de morir en la batalla de Bosworth, año 1485, que marcó el final de la Edad Media en Inglaterra para dar paso al Renacimiento. El comienzo de una nueva era para la humanidad. Cuando termina la escena, suenan aplausos y nos damos cuenta de que no estamos asistiendo a la representación de la obra de Shakespeare, sino a la de otra que transcurre en el año 2020 y cuyos protagonistas son los técnicos que trabajan en un teatro y que tienen que desmontar la escenografía de la función, todos ellos nacidos en los ochenta, a la par que la democracia española.
La obra establece así una triple analogía entre el Renacimiento como etapa histórica y cultural que puso fin a la oscura Edad Media, el desmontaje de la escenografía teatral para dar paso a la siguiente y la llegada de la democracia a España tras cuarenta años de dictadura. A las que se suma una cuarta que no estaba en la intención inicial de los creadores de la obra pero que quizá sea la más potente de todas porque nace de manera espontánea en la mente del espectador: la sensación de renacimiento tras los meses de encierro por la pandemia.
Estas analogías quedan subrayadas tanto con proyecciones de textos poéticos que recuerdan momentos clave de la historia reciente de España como en las conversaciones que se suceden entre los técnicos que protagonizan la obra. Mientras desmontan y montan el escenario, se cuentan entre ellos anécdotas familiares, amores y desamores, recuerdos de infancia y problemas laborales en los que subyace a menudo la gran cuestión que guía todo el espectáculo: ¿cuánto se ha perdido de aquel impulso inicial y puro que llevó a la democracia a este país? Y otra: ¿es el momento quizá de un nuevo renacimiento?
Deliberadamente naíf en muchos momentos, el espectáculo no es sin embargo nada pretencioso. Su principal valor es precisamente su sencillez, que por otro lado es una marca habitual de La Tristura, aunque en esta ocasión se echa en falta algo más de densidad dramática, sobre todo en las escenas iniciales. Cobra fuerza a medida que avanza, cuando poco a poco se van descubriendo las conexiones y las metáforas, hasta llegar al colofón final: un grupo de mujeres baila a ritmo de la canción People’s Faces, de la rapera y escritora inglesa Kate Tempest: “Decían que no hay nuevos comienzos / hasta que todo el mundo ve la necesidad de poner fin a las viejas formas. / Nada de esto fue escrito en piedra”.
Será naíf, pero es justo lo que necesitamos en este momento: renacer en el teatro.