Es anécdota, pero como casi todas ellas, en su estupidez, acaban por ser un buen resumen de algo. ¿De qué? Eso es otra pregunta. Recientemente, en algo parecido a una entrevista con Josh Horowitz, una y otro, Dakota Johnson (Austin, 1989) y el cómico de Comedy Central, jugaron a decidir entre dos opciones. ¿Qué prefieres?, se llama el asunto. Se trataba de elegir u oler a orina el resto de tu vida sin remedio o beber un vaso de ese mismo líquido cada vez que tuviera sed. Ella se quedó con… lo primero. «Llevaría con orgullo la peste a pis y la convertiría en una moda».
Si se vence el ligero asco y se lee de nuevo la frase de arriba todo adquiere sentido. Dakota Johnson -hija de Melanie Griffith y de Don Johnson, hijastra, por tanto, de Antonio Banderas, y nieta, por deducción, de Tippi Hedren- es, antes que cualquier otra cosa, una marca, un concepto, un signo incluso de unos tiempos (los nuestros) donde todo, absolutamente todo, puede llegar a ser no tanto objeto de consumo como puro deseo que nos consume. Como aprendimos de Bom mientras hacía manar de su entrepierna hectolitros de placer miccional sobre Luci en la película de Almodóvar, lo importante es disfrutar.
La actriz aparece en pantalla en calidad de protagonista de Personal Assistant y lo hace transformada desde el minuto uno en trending topic. Para ella es el premio de encabezar la primera película con el marchamo de comercial tras la cuarentena. En realidad, ella está ahí para recordarnos que, pese a la ilusión acariciada en el confinamiento de que las cosas serían después diferentes y mejores, nada ha cambiado. A Dakota Johnson no se le conoce ni un mal gesto ni una buena película. Pero su estrella no declina, al revés. Tras debutar de la mano de su padrastro en Locos en Alabama con apenas 10 años y volver 11 años más tarde en un pequeño papel con David Fincher en La red social (la excepción, por obra maestra), su ya larga andadura en el cine ha venido marcada por trabajos de prestigio con Luca Guadagnino (Cegados por el sol y Suspiria) y, con perdón, la gran meada del siglo:Cincuenta sombras de Grey y sus dos irresistibles secuelas. Y, en efecto, a pocas sagas cinematográficas les corresponden (o corresponderán) más tesis doctorales que nos expliquen cómo y por qué hemos llegado hasta aquí. Y bajando. También, recuérdese, bebió cerveza con Alejandro Amenábar.
En su último trabajo, tan extremadamente convencional que sonroja, luce encanto, inteligencia y esa rara habilidad para estar siempre en el centro del plano. Se diría que eso corresponde al director, pero no. Es ella. Hace poco supimos, tal y como confesó a la revista Marie Claire, que lleva años luchando contra la depresión, que se siente insegura, que el miedo la paraliza. Eso lo hizo después de montar su propia productora harta de ser tratada en los rodajes como un jarrón chino. Digamos que si lo primero la humaniza, lo segundo la dignifica. Y en ese juego, también él de decisiones, su valor no para de crecer. Es consciente de que todo lo que le pasa, de que todo lo que se pone y de que todo lo que mira adquiere de golpe la virtud de, no diremos lo intereante, pero sí lo deseado. Pareja del cantante Chris Martin, está claro que si se lo propone el pis, el suyo claro, acabará por ser tendencia. «¡Riégueme!», que diría Tina (Maura).