Con la economía parada y la población enclaustrada, el narcomenudeo vive también una crisis inédita.
Cuando se anunció el inicio de la cuarentena, hubo quienes corrieron a la farmacia para abastecerse de ansiolíticos y/o de antidepresivos, otros salieron a comprar alcohol y cigarrillos, hubo quienes se aprovisionaron de mariguana y seguro hubo quienes —de esos 8 millones de mexicanos que han reconocido en encuestas nacionales de adicciones haber probado alguna droga— que le llamaron a su terapeuta o a su díler. A uno de esos dealers le escribí hace un par de días. Le pregunté sobre cómo iban sus ventas en esta pandemia, si estaba haciendo su agosto en pleno abril y mayo, y no sólo se quejó de que en las últimas dos semanas apenas había vendido unos cuantos gramos, también se quejó porque le habían subido cien mil pesos al kilo de cocaína y esta vez lo había comprado en 18 mil dólares.
“Si de por sí los clientes no tienen dinero, ahora que subió el perico voy a batallar más”, me dijo y yo lo imaginé rezongando, así como lo imaginé cuando me contó que había dejado de vender drogas sintéticas porque los precios se habían disparado ante la falta de los precursores que suelen enviar de China para cocinarlas en México. “La libra de frío (crystal) la están vendiendo hasta en 20 mil pesos en la Ciudad de México, cuando antes pagabas 9 mil, máximo”, me escribió el díler. Luego, en un mensaje de voz, me dijo: “El que mandó a subir los precios fue el señor del sombrero”, y ese señor del sombrero es el Mayo Zambada. Le dije que me sonaba inverosímil su último comentario, pese a que sólo me cuenta lo que a él le consta. Supongo que se molestó. Las ventas bajaron porque “mucho tapatío se fue de la ciudad” Otro dealer, uno que le compra al Cártel Jalisco la mariguana que vende en la Zona Metropolitana de Guadalajara, me dijo que las ventas habían bajado pero no por falta de dinero ni muchos menos porque los adictos no se droguen en su casa, sino porque “mucho tapatío se fue de la ciudad”. Me dijo que él había contratado a dos jóvenes como repartidores porque “alguien debe contagiarse” y no será él. Me dijo que venderá mientras haya movilidad en la ciudad. Me dijo que tiene familiares en Cuautitlán de García Barragán y que fue por ellos que supo que el mentado Mencho Oceguera había mandado despensas al pueblo. Y también me dijo que a sus clientes-clientes los está apoyando en esta crisis y por eso vende la mariguana a precios de 2012, precios que van desde los 350 pesos a los mil por media onza. Las muertes no tienen para cuando parar, pero el negocio sí.
Después busqué a un antiguo informante, un traficante sinaloense que cruza droga a Estados Unidos por su cuenta, y de entrada me contó que las muertes no tenían para cuándo acabar, pero el negocio, ese sí, estaba parado. “Muchas gentes tenemos la droga guardada”, se disgustó. “Se tiene a las gentes para cruzarla, pero nadie la mueve al otro lado porque ahorita hay mucha vigilancia”. —¿Habrá algún narco pesado que sí esté cruzando? —le pregunté. —Pues dicen que El Mayo y otros siguen chambeando —me contestó y yo le dije que un dealer me acababa de decir que según El Mayo había mandado a subir los precios. “De eso no sé”, me dijo y luego añadió: “Pero antes compraba la libra de hielo en dos mil 500 pesos y ahorita las gentes de El Mayo, que es a las que les compro, la están vendiendo a lo doble. Y hay otras gentes que la dan hasta en 9 mil pesos. Según esto es porque no hay insumos chinos”.
El traficante tiene hielo guardado en su casa. “Lo cocinó El Ruso, un cabrón que cocina hasta en los basureros”, me presumió. Espera que cuando pueda cruzarlo el precio esté muy alto y que, en vez de ganarle 700 dólares a la libra, pueda ganarle más de dos mil. El traficante también me contó que por sus rumbos, o sea, por el norte de Sinaloa, “algunos de los señores que pararon les están pagando salarios” a sembradores, a cocineros y a sicarios. Esos señores, me dijo, “tienen el dinero para aguantar dos o tres meses así”. —¿Y tú cuánto puedes aguantar? —le pregunté. —Un mes, yo soy independiente. —¿Vas a cambiar de giro criminal? —me reí al preguntárselo. —No, no —me detuvo—: Los gringos necesitan drogas y nosotros las tenemos, sólo hay que esperar unas dos, tres semanas más. Eso nos dijeron. El traficante, sin embargo, está convencido de que algunos grupos criminales, ante la falta de dinero líquido, no tendrán la paciencia de esperar y soltarán a las bestias y se desatarán robos, secuestros y extorsiones.
“No dudes que al rato incluso vendan cubrebocas porque el negocio, te repito, está parado”. Centros y clínicas de rehabilitación han parado Quienes también han tenido que parar son los centros o clínicas de rehabilitación de adicciones. Carlos, uno de los encargados de la asociación civil Instituto Mexicano para la Prevención y Tratamiento de la Adicción, me dijo que la mayoría de los pacientes que ellos tenían internados se habían marchado a sus casas por razones económicas. “Prefieren ahorrar por la crisis que se viene”, me contó y luego me dijo que recibe al menos 30 llamadas diarias, muchas de gente que tenía a sus familiares en anexos públicos, anexos que han sido cerrados por disposición federal o porque se quedaron sin recursos.
“La familia no quiere convivir con el adicto durante la cuarentena, pero tampoco tiene el dinero para pagar una clínica”, me dijo Carlos. “Esta semana sólo recibimos a un paciente”. En otro centro de rehabilitación, Narconon Puebla, la mujer que me atendió al teléfono me dijo que lo único que ha subido son los telefonemas, pidiendo información. “Nos habla gente que tenía a su familiar en un anexo, nos ruegan por ayuda, pero no podemos recibir al paciente porque aquí la estancia no es a fuerza, como en los anexos, sino voluntaria”. En la clínica Monte Fénix tampoco hay movimiento. Pero el psicólogo Alberto González, el director de la clínica, cree que en pocas semanas habrá un quiebre y las clínicas y centros se abarrotarán.
“Desgraciadamente, el confinamiento es combustible puro para la ansiedad, ansiedad que puede llevar al adicto a ser violento, a que se enganche al alcohol y lo mezcle con pastillas, o que puede llevarlo a salirse de casa y que ponga en riesgo la salud de su familia”. Cuando González me está hablando de que el adicto no respeta ningún confinamiento, me asomo por la ventana del living y miro al famoso Escuadrón de la Muerte, hombres y mujeres (no siempre los mismos), adoradores de los inhalantes y del Tonayán, que desde hace años duermen, cogen y se pelean en la calle donde vivo, y me pregunto si correrán con suerte y sortearán el virus. Yo, por lo pronto, ayer tuve que salir a comprar Rivotril para mi esposa. Fui a una farmacia donde el encargado me vendió la caja en 800 pesos, cuando pude haberla comprado 300 pesos más barata si hubiera tenido una receta.
MILENIO.